Entrevista a Araceli García

Memoria viva del sindicalismo y del movimiento obrero

Desde el área de comunicación queremos recoger la experiencia de las mujeres dentro de la organización. No podemos desaprovechar la oportunidad de hablar con aquellas que han dejado huella en nuestra historia colectiva, en la historia del sindicalismo, y hoy lo hacemos con Araceli García Urbano.

A Araceli hay que conocerla y hay que escucharla porque, a pesar de sus 77 años y estar delicada de salud, transmite una fuerza, una potencia y un entusiasmo que se contagia rápidamente.

Su inquietud se manifestó ya desde muy joven cuando con 13 años empezó a trabajar. “Tres amigas fuimos a pedir trabajo a colchones Flex. A mis amigas las cogieron, pero a mí no, por no tener los 14 años como ellas “. Para otra muchacha allí se habría acabado la incursión, pero no para Araceli. Mandó llamar al jefe y qué le diría, que acabó admitiéndola. Ese fue su primer trabajo asalariado y sin asegurar y su primera reivindicación y sin estar organizada.

Hija de una familia humilde, pronto se convirtió en el sustento de la casa. Araceli fue creciendo y empezó su despertar, a exigir respeto y a trabajar de manera impecable para que nadie la callara en sus reivindicaciones. Necesitaba ganar más dinero, así que empezó a añadir horas de trabajo haciendo maletas de cartón: daba brillo, tintaba y marcaba. El jefe le ofreció quedarse y lo hizo con un buen salario fruto de sus habilidades negociadoras. “Trabajábamos mucho, pero nos trataba muy bien. Como era justo”, nos cuenta.

Araceli se casa, tiene un embarazo complicado y deja el trabajo, pero por poco tiempo. A los nueve meses empieza a limpiar casas para liberar a su madre de ese trabajo. “Así empecé hasta que en una reunión del partido se habló de las cooperativas y pensé en hacer una para entrar en la limpieza de las escuelas”. Y la montaron (1981), y entraron en las escuelas y lamentablemente perdieron la siguiente contrata por la mala gestión y por los problemas con las socias de la cooperativa. Se fueron desarrollando estructuras jerárquicas que nada tenían que ver con su manera de entender el trabajo, “querían que yo controlara el trabajo de las demás”, recuerda; y no solo eso, sino que no aplicaban en la cooperativa las reivindicaciones sindicales ni sociales que estaban en la calle.

Nuestra compañera fue delegada sin ser nombrada y acabó presentando candidatura por CCOO y ganaron por mayoría. “Pasamos de ser las mujeres de la limpieza a las que trataban con desprecio a conseguir ser parte de los centros educativos”. Esa fue siempre su reivindicación: que se las tratara con respeto, y las mujeres fueron cogiendo confianza.

Araceli continuó haciendo uso de sus dotes negociadoras y empezó a tener reuniones con el AMPA, a buscar alianzas frente a objetivos comunes; sabía que solo manteniendo el personal la correcta limpieza de los centros estaría asegurada. Hicieron muy buen trabajo sindical, llegando a participar incluso en los ayuntamientos en los pliegos de condiciones.

Hicieron varios encierros en un colegio, pidiendo las 35 horas semanales (tenían ya la experiencia de la Motor ibérica) Al principio les decían que era un disparate, “pero fuimos las primeras en conseguirlo”, relata orgullosa.

Ser mujer y sindicalista suponía todo un desafío. En un terreno históricamente dominado por hombres, había que cuadrarse. “Tu marido es tu marido y no trabaja aquí”, les decía Araceli a las compañeras. “Tus derechos los has de defender tú”. Nunca le importó el esfuerzo dice, “no me importaba salir de casa a las cuatro de la mañana y dejar la olla puesta porque había que dejar cubiertas las necesidades de la casa y de los hijos” porque, aunque la familia veía bien que estuviera en el movimiento, no podía olvidar que tenía otras obligaciones.

Socialmente, frente a sus compañeros de organización, también era difícil ser mujer. Intentaban convencerla de que abandonara el encierro, aunque ella siempre respondió que “la decisión la tomaba la asamblea”.  Poco a poco se fue significando, “yo no tengo formación académica alguna, pero a mi manera lo fui manejando bien” y eso despertó celos y envidias políticas que le complicaron la vida. Araceli, que nunca se ha callado, increpó también a compañeros que en las asambleas apoyaban la lucha pero que por detrás lloraban a sus mujeres porque se sentían muy solos y les pedían que dejaran el encierro. “Compañeros- les dijo- me da vergüenza oíros cuando tenéis a las mujeres con el corazón en un puño. Me tocó mostrarme siempre más fuerte de lo que era, nunca he mostrado debilidad y eso tiene un coste, que ahora estoy pagando”, se lamenta.

“A partir de esas luchas se despertaron muchas conciencias– valora- muchos hombres aceptaron que las mujeres tenían otro papel”.

Analiza que no se ha avanzado tanto como se dice o como se cree, que los compañeros siguen teniendo un discurso en la calle, en el partido, en las asambleas, pero que luego en sus casas “ejercen de dueño y señor”.

Para Araceli el respeto es importante, lo pone siempre en el centro. Se ganaron también el respeto de la empresa (Fomento) que hasta el momento las había infravalorado. Recuerda como “el abogado Carmona de Fomento trató de cargarse el movimiento y me decía “fomento tiene dinero “y yo le respondía “pues yo con mi fuerza tiro muros”.

Le preguntamos si alguna vez pensó en tirar la toalla o que nada de todo esto servía y la respuesta inmediata es que no, que siempre estuvo muy motivada y que se crecía en cada conflicto. Explica que nunca ha temido a las reacciones de los empresarios, pero que sí que le han hecho daño los posicionamientos o abandonos de algunos compañeros.

Finalmente, le pedimos un mensaje para que las trabajadoras se involucren en la lucha por la defensa de los derechos laborales, una enseñanza que quiera transmitir.

Nos responde que tienen que estar convencidas si quieren involucrarse, porque esto “es una carrera de fondo y el objetivo no se logra en un día”, pero que deja muy buenos sabores de boca. “Se ha conseguido mucho– dice- aunque ahora toca mantenerlo”.

Explica también en qué fallamos, y qué debemos revertir; que las ganas de hacer comités, supuso sumar personas que no hacían honor al sindicato ni al sindicalismo.” La pena sindical es pensar que las horas sindicales son lo importante para hacer lo que quieran”. “Esto hay que sentirlo, son muchas horas invertidas y mucho esfuerzo a dedicar”.

Ella dice que en sus días de delegada sindical le tocó “fiscalizar”, “aquí se viene a perder, no a ganar” y “mientras haya gente sin trabajo nosotras no vamos a hacer horas extras”.  Yo diría que lo que hizo fue velar con honradez y responsabilidad por los valores del sindicato. “La empresa me ofreció cosas y no acepté nada” -continua- “yo quería trasformar nuestras condiciones laborales y a mí nunca me iban a pillar en un renuncio”.

Dar voz a Araceli es el legado y la enseñanza que queremos dejar a las nuevas generaciones, a la vez que le manifestamos todo nuestro reconocimiento y agradecimiento.